
En un pequeño pueblo al norte de Rusia vive un hombre con su joven esposa y un hijo de su anterior matrimonio. A pesar de la aparente tranquilidad de sus vidas, el alcalde del pueblo amenaza con acabar con su estabilidad al pretender hacerse con los terrenos donde está su casa y robárselos sea como sea.
A través del simbolismo de un ser mitológico, el Leviathán, un ser monstruoso salido de las tinieblas que arrasa con todo por su paso. Dicho ser mitológico se representa en forma de un alcalde que quiere robarle en hogar a su protagonista, pretexto que utiliza Andrey Zvyagintsev para narrar una fábula donde mostrar las penurias a las que se tiene que someter Rusia, un país castigado por la alargada sombra del comunismo, la pobreza, la excesivo poder de la iglesia ortodoxa dentro de la política y sobre todo por la corrupción.

Para ello su director se apoya en un guion detallado que le sirve de hoja de ruta para mostrar todo lo que quiere contar, junto con una dirección meticulosa que no da pasos en falso y va haciendo digerir lentamente al espectador todos y cada uno de los tormentos a los que somete a los personajes de la película.
Porque Zvyagintsev pretende retratar a una Rusia que bajo parajes hermosos se esconden demasiados males, a los que ataca directamente y con su mirada crítica ataca a la yugular, algo que hará incomodar a algún que otro dirigente. Lo consigue gracias a una dirección que muestra vidas cotidianas, pero que inteligentemente hace uso de sus voces, miradas, miedos y silencios para agitar todo el eje por el que se vertebra una sociedad podrida por su propia corrupción y la de sus dirigentes.
+ La sutileza de su director.
- Su excesiva duración.
PUNTUACIÓN TOTAL: * * * 1/2
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